Una sacude los brazaletes incansablemente. Otra abre y cierra continuamente los cierres. Una somete a los relojes a una presión de 4,5 toneladas métricas. Otra los lanza desde veinte alturas y posiciones diferentes. Una los sumerge en sal y cloro. Otra les arroja arena abrasiva. Una los calienta mientras otra los congela, ambas a temperaturas extremas. Todas ellas, y más, ponen a prueba la entereza del reloj en ambientes extremos que probablemente un reloj nunca llegue a experimentar. Pero eso no es todo.
