Un narrador minucioso con aptitudes sumamente técnicas, ha demostrado su capacidad para cautivar a cualquier tipo de público. Magistral incluso en las producciones más ambiciosas, James Cameron sabe sacarle el mejor partido a la presión con la inspiración por bandera. De esta manera, ensancha sus horizontes, amplía sus conocimientos y profundiza en su arte.
Veintitrés años después de Abyss, descendió en solitario al fondo de la fosa de las Marianas —a 10 908 metros de profundidad— dentro del DEEPSEA CHALLENGER, un sumergible que él mismo había diseñado.
En 1997, con Titanic, transformó nuestra imagen colectiva de la carcasa de un barco oxidado en el fondo del Atlántico Norte en la de un coloso recién echado a las aguas y surcando las olas frente a Southampton. Cuatro años después, se sumergió a 3800 metros de profundidad en el lugar del naufragio para filmar un documental: Misterios del Titanic.
Desde inmersiones extraordinarias hasta reconstrucciones en 3D, Cameron se empeña en superar los límites de las conquistas humanas, técnicas y artísticas. Trabaja incansablemente para encontrar soluciones a los problemas más complejos con el objetivo de reinventar el arte del cine. Por su parte, el público ha aplaudido a Titanic, Avatar y Terminator como monumentos de la historia del cine, cuyo legado supera con creces el mero éxito de taquilla.
Con Avatar: El sentido del agua, la secuela de Avatar, Cameron marcó un punto de referencia técnico y artístico, y fue una nueva prueba de la búsqueda perpetua de la excelencia por parte del director.